Odio fregar.
Hay otras tareas del hogar que me gustan más o menos, pero fregar lo odio desde que tengo uso de razón.
Planchar lo evito, vamos a ser sinceros. Pero es que no se puede vivir sin fregar. Hasta yo lo sé.
Tengo recuerdos de cuando me tocaba fregar de pequeña.
Los platos bien, los vasos también: pluj, pluj, pluj, el ruido de meter el estropajo entero con la mano dentro de los vasos.
Pero después de la “diversión”, con agua calentita, claro, en el fondo de la pila estaba la pesadilla: UNA MONTAÑA DE CUBIERTOS.
Odio fregar los cubiertos. Y la eterna discusión con mi madre. Yo ponía los cubiertos como caían en el escurridor y mi madre me explicaba que no, que los “mangos” van hacia abajo, por higiene.
Le hice caso, pero con una pequeña diferencia: el mango de los cuchillos también los ponía en la parte de abajo.
Ella se empeñaba en que con los cuchillos era diferente y yo le decía que entonces rompía la regla de la higienedad.
Gané yo, información para los que aún continúan leyendo. Pero no le digáis que ahora lo hago como ella siempre intentó inculcarme y nunca consiguió mientras vivía en su casa. Muhahahahaha.
Pero si tengo que elegir que es lo que odio fregar más sin duda son los Tuperwares.
Siempre acaban pastosillos, si son de cosas que has descongelado o con restos si son de la comida que te has comido ese día. Los bordes hacia dentro de las tapaderas, aghhhhh.
En Dublín descubrí lo de tener lavavajillas, lo tuve en todas las casas en las que viví y en Belgrado lo eché muchísimo de menos. La noches previas a los viajes varios que hicimos eran todos iguales: las tantas de la madrugada, la maleta hecha y fregando los cacharros porque si no lo hacía me saludarían a la vuelta.
Cuando volví a la casa familiar, descubrí que mi madre tenía un pseudo-lavavajillas: MI ABUELA.
Al principio me partía, porque me terminaba la cena, llevaba el plato y cubierts a la pila, volvía al comedor y acto seguido mi abuela, silenciosamente, se levanta y volvía a los dos minutos. Curiosa que soy yo, le pregunté a mi madre y me dijo: “va a lavar lo que dejas en la pila, es como si tuviera sensor. Hay veces que parece que está durmiendo pero no, sabe si alguien ha dejado algo en la pila y se despierta y va a fregarlo”.
Por eso, cuando me mudé llamé varias veces a mi madre rogándole: “Mamá, pon a la abuela en un autobús con destino El Pueblo que ya no me caben más cosas en la pila”.
Nunca lo conseguí. Por eso me decidí a comprármelo, MI PRIMER LAVAVAJILLAS.
Y ahí está, Nando, en mi corral patio exterior. Junto a Flora, la lavadora. Y con mi cajita para las pastillas de lavavajillas, que mola mil.