Extracto del libro de Marian Keyes, Helen no puede dormir (2013):
[…] A decir verdad, hacer controles para aseguradoras era la parte de mi trabajo que más me desagradaba. Me gustaba obtener resultados, pero los casos de las aseguradoras estaban empezando a hacerme sentir mal conmigo misma. Porque las compañías de seguros son unas cabronas, todo el mundo Io sabe. Nunca pagan y en las raras ocasiones en que no les queda más remedio que soltar una suma mezquina, nunca es suficiente. Gente que lleva toda la vida pagando un seguro del hogar con la idea de que si les llegan tiempos difíciles habrá alguien allí para ayudarles, descubren Io equivocados que estaban. Cuando se les inunda la casa y acuden a su compañía de seguros, esta consigue milagrosamente dar con una pequeña y práctica cláusula según la cual, sí, efectivamente nos toca asumir los daños por inundación, pero solo en los casos en que el agua «no esté mojada», o alguna parida similar.
Douglas Adams dice que las reclamaciones a las aseguradoras demuestran que viajar en el tiempo es posible, de hecho, que ocurre constantemente. La cosa, cuenta, va así: tú presentas tu reclamación a la aseguradora —algo tan corriente como que te han robado la bicicleta [que da la casualidad de que es negra]— y la compañía viaja hacia atrás en el tiempo y modifica el documento original para hacerla responsable del robo de todas las bicicletas «salvo de las negras». Hecho esto, regresa al presente, pero únicamente para enviarte una insolente carta donde dice: «Le remito a la cláusula tal-tal de su documento, la cual nos exime de toda responsabilidad por el robo de bicicletas negras, y dado que su bicicleta es negra como nuestros corazones, no estamos obligados a soltarle un céntimo. Que tenga un buen día, señora». Y tú estás ahí, a punto de enloquecer, mirando el documento con cara de desconcierto y preguntándote: «¿Cómo es posible que no recuerde esta disparatada cláusula sobre las bicicletas negras? De haberla visto jamás habría firmado».) […]